Hace ya unos meses se nos planteó una cuestión
bastante interesante relativa a la asociación entre baja visión y problemas en
la lectura. Se debió a que en algunas ocasiones se aprovechan situaciones de
alumnos con bajos niveles de rendimiento escolar para prescribir lentes por
parte de ópticos como solución a estos problemas.
Para establecer una respuesta clara a la
cuestión planteada deberíamos dividirla en dos bloques bien diferenciados según
los aspectos de la propia consulta: por un lado tendríamos que aclarar el
concepto de optometrista u óptico; y por otro, hablar de la inexistente
vinculación entre dificultades específicas de aprendizaje y problemas visuales.
Toda la respuesta que se va a plantear está siempre realizada desde un punto de
vista puramente subjetivo y personal, aunque basado en la propia experiencia
como “terapeuta” de niños con problemas visuales.
Comencemos por el primero de los dos puntos. El
oftalmólogo debe ser el único encargado de determinar los problemas y
patologías visuales que tiene el niño, delimitando no sólo su agudeza visual,
sino su funcionalidad y eficacia visual, rendimiento y pronóstico. Una vez
delimitados sus problemas, es el óptico (optometrista) el que interviene, caso
de ser necesario, para la prescripción de lentes que corrijan aquellos
problemas visuales referidos a refracción, motilidad, etc. Cuando interviene en
casos de problemas de baja visión de patologías llámense retinosis,
retinopatías, Stargardt, cataratas y algunas otras; los problemas de refracción
añadidos a esas patologías no suelen ser determinantes a la hora de lograr una mejoría visual que incremente la agudeza visual. Si no hay altas refracciones, no suele ser significativo el incremento que se consigue, pues las lentes
prescritas corrigen defectos de agudeza visual que como bien es sabido radican
en la parte de la retina central o mácula y cuando esta zona se ve afectada no
hay muchas posibilidades de mejora en tareas de visión lejana; y si una mejoría
mayor en tareas de visión cercana, con el uso de lentes positivas (Martínez Merchante, M.A.)
Por tanto, el optometrista sólo debemos
entenderlo como aquél que prescribe lentes para corregir algunos problemas
visuales, y nunca un terapeuta visual, que dicho sea de paso, no es un término muy
apropiado para el caso en tanto en cuanto la terapia se define como un
tratamiento para una enfermedad, y los casos de patologías visuales no pueden
ser considerados como “enfermedad”.
Una vez que hemos delimitado este aspecto, el segundo de los bloques planteados puede que sea el más clarificador. En aglunos artículos se habla de la posibilidad de que el TDAH o la dislexia puedan explicarse mejor en un 70% de los casos, y según información extraída de algunas fuentes dudosas, por problemas visuales. Esto podría ser plausible, o al menos creíble si atendemos a un aspecto tan lógico y básico como que para leer tenemos primero que percibir el estímulo visual relativo a la grafía. Por tanto es bastante fácil argumentar que en un niño que tenga dificultades en la lectura, éstas vengan precedidas por un problema en la identificación y discriminación de las formas relativas a cada una de las letras, alterando de forma grave la decodificación de las mismas y por tanto el proceso mismo de la lectura.
No obstante, para un análisis más exhaustivo del tema, debemos primero comenzar por analizar la definición propia de dislexia:
Las dificultades lectoras son denominadas con
frecuencia como “dislexias”. El “Manual de Atención al Alumnado con Necesidades
Específicas de Apoyo Educativo derivadas de dificultades específicas de
aprendizaje: dislexia” (CEJA, 2011), nos aclara que, desde la perspectiva
educativa, la definición que más extensión está teniendo es la que identifica
la dislexia como un trastorno específico del aprendizaje de la lectura de base
neurobiológica, que afecta de manera persistente a la decodificación fonológica
(exactitud lectora) y/o al reconocimiento de palabras (fluidez y velocidad
lectora) interfiriendo en el rendimiento académico con un retraso lector de al
menos dos años. Suele ir acompañado de problemas en la escritura. Se da en
personas con un desarrollo cognitivo o inteligencia normal o alta. Es un
trastorno que no puede ser explicado por discapacidad sensorial, física, motora
o intelectual, ni por falta de oportunidades para el aprendizaje o factores
socioculturales.
La propia definición de dislexia excluye la
discapacidad sensorial, pero no obstante entremos en valoraciones. Si el
problema que deriva en dificultad específica de la lectura o dislexia
proviniese exclusivamente de un problema visual, podríamos concluir que este
problema se vería reflejado únicamente en una dislexia de superficie, donde el
alumno manifestaría problemas en el reconocimiento de palabras o letras. En
este tipo de dislexia los errores fundamentales que el lector comete son de
percepción y discriminación viso-espacial. En este caso es la ruta visual, o
léxica la que no funciona, por lo que el sujeto usa prioritariamente la
fonológica. Estos disléxicos son capaces de leer cualquier palabra, o
pseudopalabra, con tal de que se ajuste a las reglas de correspondencia
grafema-fonema, aunque sea lenta y laboriosamente. Pero no pueden leer las
palabras de pronunciación irregular, debido a la pronunciación
"regularizada" e incorrecta que obtienen, que no se corresponde con
ninguna palabra real. En castellano no hay ninguna palabra irregular, por lo
que no sería un síntoma visible entre nuestra población de lectores.
Es decir, el 90% de los niños españoles aprenden
a leer por la ruta ortográfica, utilizando prioritariamente el almacén
fonoarticulatorio, y por tanto dejando en un segundo plano el aprendizaje de la
lectura por la ruta visual.
Otro argumento que sin duda
tiene un peso substancial en esta respuesta hace referencia a que este tipo de
argumentaciones que dicen que los problemas visuales pueden ser el detonante de
los problemas en la lectura no se sustentaría de ninguna manera si atendemos a
la población ciega.
Según este tipo de argumentaciones el niño ciego tendría siempre un problema asociado al proceso de decodificación de la lectoescritura, y en mi propia experiencia puedo negar categóricamente esta afirmación. El alumno ciego puede adquirir una velocidad lectora similar al del vidente y obtener una puntuación bastante buena en ejercicios de comprensión lectora.
Pero también podemos darle una vuelta de tuerca
más. Si invertimos la cuestión y nos planteamos una duda en virtud de la
afirmación de que los problemas visuales pueden ayudar a explicar los problemas
de dislexia, esta duda quedaría así: Los niños con problemas visuales
diagnosticados, ¿tienen siempre problemas de dislexia? Una vez más apelando a
la propia experiencia acumulada, puedo confirmar que no existe una vinculación
directa observable entre los problemas de baja visión y la dislexia. Existe una
gran población de alumnos con patologías visuales importantes que, una vez que
son capaces de poner en práctica sus propias estrategias de eficiencia visual,
sea con ayudas ópticas, ampliación de caracteres o cualquier otra adaptación, y
logran reconocer los atributos perceptibles de cada una de las letras, éstos
son capaces de leer adecuadamente sin presentar ningún tipo de error en la
decodificación. Por tanto se pone de manifiesto que la dislexia, como apuntábamos
en un principio, se debe a un problema neurológico que no puede ser explicado
por una discapacidad visual.
Antonio A. Márquez Ordóñez
@AMarquezOrdonez
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